viernes, 11 de noviembre de 2011

El canto del Mochuelo


Está grave la señorita Elisa.Hace ya tres días que pasa en una gran agonía.La fiebre no cede.El médico ha dicho que es pulmonía lo que tiene y ya se le han puesto millones de unidades de penicilina. Está tomando sulfas también desde el primer día. Temprano se hizo el diagnóstico y se comenzó el tratamiento
Elisa es joven y fuerte. Hasta hace pocos días rebosaba salud y alagría. Sólo después del baile del 28 de Noviembre se había "rociado" al salir del salón, camino de su casa. Uno de esos chaparrones imprevistos, fugaces, llamados "barre-jobos", tan característicos del fin del invierno, la había sorprendido en la calle. Se había mojado un poco y se había resfriado. Después el doctor había dicho que tenía neumonía doble.
Antonio estaba deseperado, triste, abatido. Amaba a Elisa entrañablemente. Eran vecinos y la había visto crecer desde niña hasta verla convertida enla hermosa mujer que era ahora. "Ella era tan dulce, tan buena"... Acababa de verla en un momento que le fue permitido hacerlo. "¡Estaba tan descompuesta, tan pálida, tan lánguida! ¡Y esa mirada suya, de ansiedad! ¡Y esa respiración tan fuerte y tan rápida! A pesar del oxígeno que le administraban cada hora, a veces se ponía cianótica y siempre estaba agitada como si la faltara aire".
"Era verdad que la pulmonía era una enfermedad muy grave. Por algo la llamaban los médicos ingleses y norteamericanos el capitán de la muerte; pero ahora con los antibióticos todo había cambiado.
"¡Qué enorme diferencia entre las condiciones actuales y las que él había conocido allí mismo en su pueblo, allí mismo en su barrio! Aquellas calles lóbregas, aquellas calles fangosas, de invierno y llenas de polvo en verano. Ni un cocvhe, ni un bombillo eléctrico, ni acueducto, ni servicios higiénicos, ni hospital, ni nada. Entonces la gente se moría sin el auxilio de la ciencia". Repasó con la mente tantos cuadros tristes que había contemplado en su niñez: "Toribio, muerto de tétano, sin una sola inyección de antitoxina, en medio de dolores tremendos; y Pedro; y Margarita; y el peor y más triste de todos los casos, su hermanito Manuel... Apenas si se daba él cuenta de las cosas entonces, pero había algo que se le había grabado en la mente para toda la vida. "Era de noche. Estaban velando: Repartían café y galletas de soda. Estaban sentados en el portalete de la cocina, ahí precisamente donde él estaba ahora, cuando empezó a cantar un pájaro en el palo de mango del patio que estaba ahí todavía como testigo mudo.Uno de los presentes (no podía recordar quién) había dicho: "malo, está cantando el mochuelo", y otro había comentado en voz baja, como para no ser oído por los familiares peros sin cuidarse de él, talvez por lo pequeño que era entonces: "lo que es a este niño no lo salva nadie porque cuando hay un enfermo grave y canta el mochuelo, la muerte es segura". Antonio recordaba claramente cómo había sentido una ola fría de terror y había escuchado el fatídico canto: Pim, pim,pim, pim ... Después, recuerda que entró a ver a su hermanito y que éste lo miró con una mirada de ansiedad y de angustia que le había llegado al alma y que luego había vuelto los ojos hacia otra parte, exactamente como lo había mirado Elisa hacía un rato. Al fin el sueño lo había vencido y a la mañana siguiente, lo recordaba como si fuera ahora, con ojos estupefactos, habá visto, en una mesa adornada de flores, con una mortaja muy blanca y entre cuatro velas grandes de cera, a su hermanito tendido, quieto, inmóvil; y, delante del niño muerto, a su madre desgarrada por el dolor, llorando amargamente".
Pasó un largo rato. Antonio, en las sombras, lloraba en silencio. Su amada sufría y estaba grave de muerte.Él lo presentía por más que el médico se sintiera confiado: "Su Elisa moriría".
Era ya de madrugada. En el patio las frondas comenzaban a iluminarse con la luz de una luna tardía. Empezaba afrío. Este año soplaba la brisa del Norte temprano. De repente empezó a cantar el mochuelo otra vez, desde lo alto de algún árbol cercano: el mango o el níspero, quien sabe si el guanábano.
Antonio sintió, a pesar suyo, un estremecimiento de terror. "Se espantaron" las gallinas, ("como entonces" pensó Antonio). "Era ya seguro. Su Elisa iba a morir".
"Mas ¿por qué? ¿Qué demonios tenía que ver el canto de un pajarraco con la vida o con la muerte? Esas supersticiones lo asustaban a él cuando era niño. Ahora era diferente. La gente de los campos es muy imaginativa, se decía: "Al oír ese canto monótono, pim, pim,pim, por horas y horas, siempre igual, siempre el mismo, llegaron a encontrarle algún parecido, alguna analogía con los golpes delmartillo en los clavos cuando el carpintero del lugar tenía, a media noche,que hacer algún cajón de muerto, de urgencia.
Pim, pim, pim,pim,seguía impertubanle el mochuelo su canto fatídico. Antonio, muy a su pesar, lo escuchaba y, gradualmente, a medida que se prolongaba el canto, le iba encontrando un lejano parecido, después un parecido indudable, con el martilleo del carpintero "haciendo cajones de muerto".
"¿Y si fuese verdad la leyenda?" pensó con redoblado temor. "¿Qué sabemos nosotros de los misterios de la vida y de la muete? ¡Pero es absurdo! ¿Qué lógica hay en esa tonta leyenda? Y sin embargo, después de todo ¿qué sabemos nosotros si lo lógico o lo que nos lo parece es lo real y verdadero? ¿Ysi resultase que todo lo que creemos y todo lo que juzgamos cierto, lógico y científico no es realmente así sino de otro modo?"
Antonio sentía que sus convicciones se debilitaban.Tenía mucho miedo.Su novia adorada estaba en peligro de muerte. "Allí estaba tendida, presa de una enfermedad terrible. ¡No, su novia tenía que vivir! El médico le estaba aplicando los tratamientos más modernos, pero era preciso hacer lo que fuera para salvarle la vida: lo lógico y lo ilógico, lo científico y lo anticientífico".
Como un autómata se levantó Antonio y se fue a la trastienda cogió un riflecito de salón que allí había y se fue, patio abajo, caminando, primero muy rápido, despacio después, más ymás despacio, sigilosamente, con mucho cuidado... Arriba del guanábano estaba el mochuelo, desprevenido, cantando su monorrimo interminable:pim,pim, pim,pim.
A la luz de la luna veíase la sombra del cuerpecito indefenso (una lechuza pequeña parece el mochuelo). Antonio lo vio bien,alzó el rifle, apuntó: ¡Fuego! y rodó por el suelo, sin vida, el infeliz mochuelo.
Elisa amaneció sin fiebre y, como suele suceder en las pulmonías, después de la dramática lucha con la muerte que la hizo pasar asfixiándose horas y días, en medio de la más horrorosa desesperación,ahora dormía omo un ángel,como si no hubiese pasad nada, tranquila y feliz.
Autor: Sergio González Ruiz
La vida es acción, vívela

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